ELECCIONES, ¿PARA QUÉ?
“Mientras no tengamos fuerza para disolver el parlamento burgués, debemos actuar contra él desde afuera y desde adentro”. Lenin
La respuesta callejera más común a este interrogante es que las elecciones para nada sirven, que con o sin mi voto nada va a cambiar, que todo seguirá igual, que igual tengo que trabajar, etc. Tal vez ello explique la abstención superior al 50% del censo electoral, históricamente registrada en Colombia. Mientras la mitad o más de los electores desdeñan las mesas de votación intuyendo, con razón, que todo seguirá igual, la otra mitad acude aspirando a que ciertos resultados les proporcione algún dividendo en su particular condición de vida plagada de necesidades. Unos y otros, soportarán hasta el día señalado discursos repetitivos y estridencias artificiosas al estilo de: está a punto de cambiar la historia, estas justas democráticas son históricas, en estas se juega la suerte del país, es la fiesta democrática que definirá nuestro futuro. Así mismo, a los candidatos habremos de escucharles su vacua monserga-abstracciones sin sustancia- con la que creen cautivar a los electores: cambiaré las formas de hacer política, haremos un nuevo país, el país que queremos y a continuación las consabidas promesas y fórmulas con las que “remediarán” todos los males del país. El dirigente revolucionario (marxista leninista) Francisco Mosquera S.(1943-1994) advertía “el que en elecciones no promete, tampoco tiene votos”. En esta campaña, los aspirantes a cualquier curul, a falta de programa -en el sentido estricto del vocablo- coinciden en “luchar” contra la corrupción y, si se hiciera el ejercicio de ajustar un programa a partir de sus intervenciones públicas, hallaríamos sin sorpresa que en el fondo todos prometen similares e insustanciales barnizadas a la República, sin remover un cisco de las trabas que han impedido el desarrollo de la nación.
En escenarios más instruidos, es normal escuchar que las elecciones son una farsa y !vaya que tienen razón! si lo explicamos en por lo menos dos aspectos: Uno, las clases dominantes y el imperialismo sólo permiten las “instituciones legalmente constituidas” y convocan elecciones sobre el entendido que sus intereses no están en juego o, en palabras del común “gane quien gane, les da igual”, el papel del ungido en las urnas será administrar y velar por aquellos intereses so pena de afrontar “consecuencias”; a su vez, y pese a las elecciones, las mayorías laboriosas continuarán cargando con las tribulaciones de siempre. Dos, las “cartas están marcadas” a favor del que más recursos disponga para la campaña. En cuanto a lo primero basta revisar la historia, en la que no es difícil explicarse como tal los golpes de estado contra gobiernos establecidos mediante elecciones y las tiranías instauradas para conjurar “insubordinaciones” a los mandatos de Washington. Sin ir tan lejos, Latinoamérica cuenta con ejemplos a granel; prácticamente no hay país de esta zona que en el transcurso del siglo XX no fuese agredido por los escuadrones del Comando Sur. En cuanto a lo segundo, resaltan los ingentes recursos que se utilizan por parte de las campañas y los candidatos, aún sabiendo que sus futuros ingresos no alcanzan para reponerlos; el que tiene “vara” con grupos económicos y la gran prensa participa con ventaja, lo mismo quienes cuentan con burocracia y mentores en el alto gobierno y los entes electorales. Los contendientes que no dispongan de testigos para vigilar cada una de las miles de mesas de votación y luego las instancias escrutadoras, han de aguantarse el resultado que les notifiquen. Las fuerzas revolucionarias, además de estas barreras, cuentan con la represión oficial a sus actividades, el silencio de los medios masivos de comunicación y la amenaza de grupos al margen de la ley; de ahí lo absurdo de creer que la izquierda revolucionaria ha de calificarse según sus guarismos electorales; mejor atengámonos a la sentencia mosquerista “la revolución no tiene votos”, más aún hoy que los dueños de la farsa electoral la convirtiesen en espectáculo para la enajenación de muchedumbres.
Ahora bien, quienes profesamos el marxismo leninismo lo tenemos muy claro dadas las enseñanzas de los maestros del proletariado, concretamente Lenin, Mao tsetung y Francisco Mosquera de quien aprendimos: "es un deber de los comunistas utilizar las elecciones y la tribuna parlamentaria para esclarecer la conciencia de las masas, acabar con las ilusiones electorales y parlamentarias de los sectores atrasados y crear así condiciones para destruir las instituciones reaccionarias en las que se participa”. En estos cuatro renglones saltan a la vista los objetivos totalmente diferentes en la participación electoral de una agrupación revolucionaria; es una forma de lucha ante la carencia de condiciones indispensables para la demolición de las instituciones establecidas. Concurrimos aún sabiendo que tales instituciones sirven a las clases dominantes para oprimir al pueblo y no dejarán de hacerlo por más elecciones que convoquen. Participamos allí en los términos que ordena la Constitución, pero no negamos que queremos derogar tal Constitución y destruir tales instituciones. ¿Acaso en la actual campaña electoral hay algún candidato que le plantee a las masas tan necesarios criterios? En absoluto; a lo sumo denuncian mal funcionamiento de las instituciones y su decisión de ajustarlas a los estándares burgueses, reconociendo, en el fondo, que de ser elegido, su papel se reducirá a administrar y velar por los intereses de las clases dominantes. De una parte, los tradicionales partidos y sus dirigentes rivalizan por una curul: pensando en los beneficios del presupuesto público que allí se maneja y la ventaja de integrar los entes donde se toman ciertas decisiones, advertidos que desde el cargo o la curul tienen que retribuirles a los financiadores de su campaña y, buscando elevar el nivel de vida suyo, el de su familia y amigos. De su parte, centenares de miles de despistados votantes acuden a las urnas creyendo que de ganar este o aquel aspirante, sus penalidades cederán y las instituciones mejorarán.
Por el contrario, el provecho que una fuerza revolucionaria ha de sacarle a este interregno electoral en el que las masas -abstencionistas o no- tienen la atención puesta en la contienda, ha de medirse, rebasando otros objetivos, por la cualificación política y capacidad organizativa cosechadas para sus superiores proyectos de resistencia contra la opresión; “Hagamos del debate electoral un cursillo que eduque a las masas” exhortaba Mosquera a sus partidarios en el lanzamiento de la campaña electoral de 1993. Esto es, educar a la población en la comprensión de la sociedad que le tocó vivir, dado que lo que a diario ve, escucha y lee se lo dictan sus propios verdugos en la gran prensa de propiedad de los privilegiados del régimen; quitarles la venda para que aprecien las ventajas de vivir en un nuevo estado bajo cuya tutela queden los recursos naturales básicos del país y los monopolios nacionalizados, la planeación económica y la salvaguardia de la soberanía nacional; un nuevo estado en el que el sector financiero -hoy agiotista y parasitario- sea puesto al servicio de los sectores productivos; un nuevo estado en que la tierra pertenezca a quienes la cultivan y, con producción campesina, los comercios se surtan antes de acudir a la importación de alimentos; un nuevo estado que le brinde condiciones a la manufactura nacional para la transformación de materias primas en suelo patrio, pasando por la producción bienes de consumo, hasta lograr a mediano plazo el desarrollo de la industria pesada. En fin, que la campaña sirva para educar a las masas en que las promesas de los politiqueros en trance electoral jamás serán cumplidas, porque de ante mano se necesita un estado soberano desatado de la coyunda imperialista que en los últimos 120 años nos ha impedido el desarrollo, un nuevo estado de obreros, campesinos y toda clase de productores decididos a confrontar a quienes persistan en tan dilatado pasado de la nación bajo dominio de la oligarquía y los terratenientes, recaderos del imperialismo norteamericano. Mosquera señaló sobre un cometido, vigente, en esta materia “educar a las masas con sus consignas estratégicas de la creación de un partido revolucionario, de un frente único antiimperialista y de la necesidad de los instrumentos de poder real que le permitan al pueblo librar la lucha más elevada por la liberación nacional”. Si estos no son los propósitos electorales ¿para qué participar en estas elecciones? ¿Para ganarse el dudoso privilegio de administrarle la riqueza a los explotadores?¿Para “exculparse” durante los cuatro años siguientes por el incumplimiento de sus promesas?¿Para reprimir la resistencia de los estafados? ¿Para retocar la caduca República con ungüentos extraídos de la tan abarrotada miscelánea de Petro, Gutiérrez o Fajardo?
!Cuánto no hay para exponer y denunciar en tiempos electorales¡ Los privilegios estatales para los monopolios y familias poderosas, el manejo del estado según los “deseos” del Norte y de los prestamistas internacionales, las fechorías y maquinaciones de los detentadores del poder, los nefastos resultados de la apertura y la constitución por 30 años vigente, la raquítica economía nacional con más del 60% de la población trabajadora en desempleo e informalidad; la responsabilidad de los gobiernos y del estado por la miseria, la pobreza, la inseguridad, etc., como resultado de una larga centuria de gobernanza a favor de la minoría oligárquica, proimperialista y corrupta; esa minoría responsable de la opulencia de unos pocos y de la carencia de las mayorías; millones de trabajadores que se acuestan con hambre y sin poder dormir cenados a los suyos y, peor aún, con la incertidumbre de si su trabajo del día siguiente, de la semana siguiente, del mes siguiente le dará para el mínimo sustento, para el arriendo, el colegio, la cuenta de la tienda, la factura de los servicios; millones de muchachos sin estímulo alguno para llegar a casa, que se tumban a la cama sin incentivo para levantarse al día siguiente, sin qué hacer e incluso, en su entorno rechazados y responsabilizados de su sin oficio; chicos que día a día encaran la misma sin salida y que al frente sólo ven líderes y organizaciones corruptas, simples charlatanes, entidades y funcionarios que gastan y gastan sin solucionar nada; las instituciones de educación públicas deterioradas, mientras las privadas se llenan de dinero y de privilegios estatales; jóvenes obligados a llevar aquí abajo una vida de privaciones y prohibiciones, mientras allá arriba se acumulan privilegios y licencias; miles de familias campesinas que unas veces nada tienen que vender, otras, nadie quien les compre el fruto de un trabajo agotador, mientras que deben mercar en estantes abarrotados con alimentos extranjeros. Los sucesos internacionales hay que traerlos a colación en épocas electorales porque conciernen al futuro del planeta. Hoy, las gentes deben saber, entender y alegrarse por la caída en picada de la hegemonía estadinense; deben apreciar la resistencia de pueblos y países contra las pretensiones expansionistas yanquis, conocer del ascenso de la economía e influencia euroasiática, de la necesidad de la resistencia popular y su encausamiento hacia la abolición del estado opresor y la construcción de otro de obreros campesinos, trabajadores en general y productores de la ciudad y el campo, sin lo cual las promesas de campaña de los “petros, fajardos y ficos” son palabrería barata. Ocasión para recomendarles a ciertos integrantes del Pacto Histórico la relectura -por su vigencia- de la respuesta de Mosquera a Firmes, agrupación que invitaba a la unidad de la izquierda para las elecciones de 1980,“Una coalición que no recoja ni se guíe por las reivindicaciones económicas y políticas esenciales de las clases antiimperialistas y revolucionarias, especialmente en la hora actual, se torna sin remedio en la oposición de su majestad y como toda oposición en los sistemas de democracia burguesa, su triste papel será el de sugerir rectificaciones que ayuden a la buena gestión de las administraciones que combata, hasta conseguir algún día que los reales detentadores del Poder le permitan el privilegio de gobernar, en reconocimiento desde luego a no haberle pisado jamás ni un callo a la Constitución reinante” (Tribuna Roja N°35).
AUNQUE NO VOTEMOS, PARTICIPEMOS. Tal vez, no una sino muchas veces, nos encontramos frente a una baraja de candidatos sin que uno sólo de ellos cuente con la actitud y aptitud revolucionarias deseable. En lo transcurrido del siglo hemos tenido esa dificultad, vamos ha hacer campaña y tenemos programa pero, por uno u otro motivo, nadie de los que se lanzaron al ruedo está dispuesto a agitarlo o promoverlo. Queda la alternativa entre proclamar candidato a uno de los mentores del programa revolucionario, agitar el programa sin candidato o abstenerse en las respectivas elecciones. La abstención se descarta por principios, mientras que la participación depende de los recursos materiales y humanos que por lo general son escasos como para que el cursillo que eduque a las masas arroje resultados apreciables. Intentarlo es la obligación, como titulara el editorial de Tribuna Roja N°4 escrito por Mosquera (abril de 1972) “Votar contra el sistema y ceñirse a la plataforma”. En Colombia, la baraja presidencial de 2022, no deja dudas: en una esquina la vieja derecha y en la otra, la nueva derecha (“progresismo” o “izquierdismo”), diferentes matices para administrar la misma republiqueta de unas minorías parasitarias al servicio del imperialismo. “Progresismo” que acertadamente Francesc X. Ruiz C. en un artículo para la revista Rebelión titulara “Cuando la izquierda hace suyo el discurso neoliberal”, del que ya bastante hemos visto gobernando en Latinoamérica en lo corrido de este siglo.
A estas alturas de la contienda electoral, si algo extraordinario no se le ocurre a las masas, las clases dominantes ya unificaron criterios, sellaron su unidad y, uno de los dos punteros, a partir del 7 de agosto será instalado como inquilino de la Casa de Nariño.
De Federico Gutiérrez todos saben qué representa; los trabajadores y el pueblo fácilmente lo identifican con la vieja derecha continuista y responsable del desventurado país que tenemos. No sucede lo mismo con Gustavo Petro a quien presentan como de izquierda -aunque él reniega de esas categorías ideológicas-, pero lo que ha venido emergiendo en él y como tal abominable, es su disposición a lo que sea si la trae votos, a tal punto que cada vez que siente rechazadas su afirmaciones y propuestas, sin tardanza corrige para para ponerse al gusto del pensamiento predominante, que no es otro que el de las clases dominantes -oligarquía y terratenientes- expresado a través de los grandes medios y personajes influyentes del establecimiento bajo tutela norteamericana. Hasta qué sima ha llegado Petro que ahora se suma al sistema mediante acto legal notarial. Cobra vigencia aquella vieja expresión popular con esos amigos ¿para qué enemigos?, últimamente convertida en Con esa izquierda ¿para qué derecha? y que bien puede extenderse a Con ese Petro ¿para qué Fico? ¿A quién asusta, pues, el favoritismo de Petro en las encuestas?
No sobra insistir, entonces, sobre la necesidad de establecer diferencias a la hora de participar en la contienda electoral: unos con método y criterio liberal reformista; otros, como enseñara Mosquera, “Entre otras modalidades de combate, participamos en las elecciones, no obstante los manipuleos antidemocráticos de las mismas, porque cualquier resquicio que nos otorguen u obtengamos para manifestarnos, lo utilizaremos en la agitación de nuestras ideas y en la organización de nuestras filas. Las reivindicaciones democráticas alcanzadas bajo el dominio expoliador no son el fin sino un medio en la marcha tras los objetivos revolucionarios, y nunca sacrificaremos los segundos por las primeras” (ibid., Tribuna Roja N°35).
Colectivo Moir -Resistencia Civil, Boyacá-
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