Enseñanzas y vigencia del pensamiento de Mosquera.
GUERRA Y “PAZ”
Tratemos de develar las razones por las que este gobierno centra
todo su discurso en la “paz total”. ¿Acaso ya no se firmó una “paz” con Juan M.
Santos en el año 2016?, otra en 1990 con el M-19 y otra con el gobierno de
Betancur?, ¿acaso Santos -que ahora cogobierna con Petro- no recibió premio
Nóbel por el acuerdo de paz con las Farc? Desde Belisario Betancur hasta hoy
van 42 años manoseando las categorías de guerra y paz ¿por cuántos años más ese
soporífico cuya presencia aparta a las masas de la lucha popular? Tal parece,
la “paz total” esconde la cuasi convicción de Petro de no poder cumplir sus ofrecimientos de cambio; los colombianos
entonces tendremos que avizorar de este Gobierno una pragmática dialéctica: un
contenido económico antipopular y antinacional disimulado bajo un formato
pacificador, montado, ese sí, con “bombos y platillos”. Ante el montón de
promesas que no podrá cumplir, Petro se aferra dócil y flexible ante la horda
delincuencial para que salve su cuatrienio del “derrumbe total”. En este punto,
pertinente es recordarles a los petristas las enseñanzas del Maestro, “𝘠 𝘥𝘦𝘣𝘪𝘥𝘰 𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘣𝘳𝘪𝘭𝘭𝘢𝘳á 𝘣𝘢𝘫𝘰 𝘭𝘢𝘴 𝘢𝘥𝘮𝘪𝘯𝘪𝘴𝘵𝘳𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘦𝘴 𝘰𝘭𝘪𝘨á𝘳𝘲𝘶𝘪𝘤𝘢𝘴 𝘭𝘢 𝘵𝘢𝘯 𝘴𝘰𝘭𝘪𝘤𝘪𝘵𝘢𝘥𝘢 𝘫𝘶𝘴𝘵𝘪𝘤𝘪𝘢 𝘴𝘰𝘤𝘪𝘢𝘭, 𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘱𝘳𝘰𝘣𝘭𝘦𝘮𝘢𝘴 𝘴𝘦 𝘢𝘨𝘶𝘥𝘪𝘻𝘢𝘳á𝘯 𝘦𝘯 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘢𝘵𝘦𝘯𝘶𝘢𝘳𝘴𝘦, 𝘱𝘰𝘳 𝘮á𝘴 𝘪𝘯𝘤𝘪𝘦𝘯𝘴𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘣𝘢𝘵𝘢 𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦𝘮𝘢𝘨𝘰𝘨𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘵𝘶𝘳𝘯𝘰 𝘵𝘪𝘱𝘰 𝘉𝘦𝘭𝘪𝘴𝘢𝘳𝘪𝘰 𝘉𝘦𝘵𝘢𝘯𝘤𝘶𝘳, 𝘦𝘯𝘵𝘰𝘯𝘤𝘦𝘴, 𝘦𝘯 𝘤𝘰𝘯𝘴𝘦𝘤𝘶𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢, 𝘵𝘢𝘮𝘱𝘰𝘤𝘰 𝘴𝘦 𝘰𝘣𝘵𝘦𝘯𝘥𝘳á 𝘭𝘢 "𝘱𝘢𝘻", 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘯𝘰 𝘩𝘢 𝘩𝘢𝘣𝘪𝘥𝘰 𝘨𝘶𝘦𝘳𝘳𝘢 𝘱𝘰𝘱𝘶𝘭𝘢𝘳, 𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘳, 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘪𝘤𝘪𝘱𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘥𝘦𝘭 𝘱𝘶𝘦𝘣𝘭𝘰, 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘱𝘳𝘦𝘮𝘪𝘴𝘢𝘴 𝘧𝘢𝘭𝘴𝘢𝘴, 𝘥𝘦 𝘦𝘯𝘵𝘦𝘭𝘦𝘲𝘶𝘪𝘢𝘴 "𝘪𝘻𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘥𝘪𝘴𝘵𝘢𝘴" 𝘺 𝘥𝘦𝘳𝘦𝘤𝘩𝘪𝘴𝘵𝘢𝘴”. En Resistencia Civil, Francisco Mosquera, Ni guerra, ni paz, 1983. Ni
más ni menos: una es la guerra y muy distinta es la violencia, esta sí, contra
las mayorías inermes, ejercida por minorías armadas -guerrillas, paramilitares,
narcotraficantes, delincuencia común y fuerzas estatales-. Y como en Colombia no hay guerra, tampoco sueñen
con paz.
Ahora bien, la violencia, hoy extendida por todo el país,
involucra a un sin número de bandas dispersas que, grandes o pequeñas,
delinquen motivadas por el control, producción y comercio de estupefacientes,
minería, contrabando y otros negocios ilícitos, es decir, en ellas no hay
ideologías, política partidista ni aspiraciones de poder político o estatal, tratar
con ellos es totalmente diferente a lo negociado en procesos pasados como el
del gobierno de Santos ¿qué implica entonces? O ¿qué negociar? Y ¿a cambio de
qué?: Negociar con ellas implica que dejen de producir y comerciar
estupefacientes, que entreguen las armas, los cultivos, las mercancías, las
minas, los corredores de tránsito y comercio ilícitos y delaten a posibles “herederos”
del negocio; la pregunta es ¿qué puede el Gobierno ofrecerles a cambio, de tal
manera que tantos delincuentes acepten tamaña exigencia? Si el Gobierno les
ofrece la no extradición ¿los amos del Norte aceptarán? Si les ofrece otra JEP,
impunidad o condenas simbólicas ¿se aguantarán las víctimas? ¿sobrevivirá el
Gobierno a la controversia suscitada? Si les ofrece legalizar sus fortunas ¿cuántas
otras fortunas querrán trato igualitario? En cualquier caso ¡qué se olvide el
Gobierno de que podrá engañar al país montando un espectáculo de negociación
para la entrega de los actuales cabecillas, dejando incólumes aquellos negocios
que mañana continuarán con otros cabecillas y las mismas atrocidades!
El amoroso, pacificador y suplicante discurso de posesión del
Presidente el siete de agosto vaticinaba lo que, a menos de un mes, estamos
observando, veamos algunas muestras: los tejemanejes en el parlamento
controlado por el Pacto petrista muestran la natural e histórica
sinvergüencería, mas la frágil unidad que avizora saltar en pedazos; el
proyecto tributario se presentó sólo por la mitad de los $50 billones
anunciados y se han notificado rebajas en la medida que los poderosos gremios reclaman
(va quedando lo que al común le malafecta). La Ministra de Agricultura, ante
los desposeídos que se atreven a tomar posesión de grandes fundos clama
enérgicamente por la observancia de la Constitución y el respeto a la propiedad
privada (los poderosos aplauden aliviados). Ante el mandatario español (que
Petro, sumiso denomina Reino de España) quien advierte sobre la seguridad
jurídica para poder hacer negocios, asiente con la cabeza. Las masacres ni los
violentos paran, no obstante las banderas blancas de Petro, materializadas con purga
de charreteras, visita a La Habana, desmonte de órdenes de captura, suspensión
de bombardeos, suspensión del glifosato, etc. La delegación gringa inicialmente
rechaza las sugerencias de Petro en materia de extradición y narcotráfico. La
reforma laboral “favorable al asalariado” ya no va, por lo menos este año, los
empleadores pusieron el grito en el cielo. Se anuncia venta de acciones de la
nación (privatización) en empresas de energía. Ante las tragedias por inundaciones
en la Mojana, implora (al mejor estilo papal) a los grandes latifundistas para que
paguen impuestos en especie (tierras). Y, tratando de súplicas, el Minhacienda
se va a los Estados Unidos a “hablar" con las calificadoras de riesgo Fitch,
Standard & Poor’s y Moody’s; no se puede esconder el carácter neocolonial ante
USA de nuestra sociedad que, como lo enseñara Mosquera, sólo puede superarse
mediante la revolución de nueva democracia, nunca en “ancas de unas elecciones”.
Como se avecinan cuatro largos años de farragosas y aburridoras
negociaciones con los elenos, citemos al camarada Mosquera cuando se refirió al
proceso de paz belisarista “𝘕𝘰𝘴𝘰𝘵𝘳𝘰𝘴 𝘴𝘪𝘮𝘱𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘢𝘮𝘰𝘴, 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘰, 𝘲𝘶𝘦 𝘢 𝘭𝘢 𝘱𝘰𝘴𝘵𝘳𝘦 𝘴𝘢𝘭𝘨𝘢𝘯 𝘧𝘢𝘷𝘰𝘳𝘦𝘤𝘪𝘥𝘰𝘴 𝘶𝘯𝘰𝘴 𝘮é𝘵𝘰𝘥𝘰𝘴 𝘺 𝘶𝘯𝘢 𝘵á𝘤𝘵𝘪𝘤𝘢 𝘳𝘦𝘷𝘰𝘭𝘶𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘳𝘪𝘰𝘴 𝘺 𝘤𝘰𝘳𝘳𝘦𝘤𝘵𝘰𝘴, 𝘺, 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘯𝘥𝘰, 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘯 𝘯𝘪𝘯𝘨ú𝘯 𝘮𝘰𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘥𝘪𝘤𝘩𝘢 𝘨𝘦𝘴𝘵𝘪ó𝘯 𝘴𝘪𝘳𝘷𝘢 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘰𝘤𝘶𝘭𝘵𝘢𝘳 𝘢ú𝘯 𝘮á𝘴 𝘭𝘢 í𝘯𝘥𝘰𝘭𝘦 𝘢𝘯𝘵𝘪𝘯𝘢𝘤𝘪𝘰𝘯𝘢𝘭 𝘺 𝘢𝘯𝘵𝘪𝘱𝘰𝘱𝘶𝘭𝘢𝘳 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘯𝘶𝘦𝘷𝘰𝘴 𝘢𝘥𝘮𝘪𝘯𝘪𝘴𝘵𝘳𝘢𝘥𝘰𝘳𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘵𝘶𝘴𝘵𝘢 𝘳𝘦𝘱ú𝘣𝘭𝘪𝘤𝘢”. Francisco Mosquera, Resistencia
Civil, Ni guerra, ni paz, 1983.
Nota: no se escriben las fuentes, porque todo está fresquito en la
prensa y de boca de los protagonistas.
Adenda: un Presidente despistado. Gustavo Petro, en ocasiones se
porta como si el siete de agosto hubiese ingresado a una sociedad comunista y, entonces,
quiere que los policías y reclutas puedan convertirse en generales; que no haya
clubes ni comedores de oficiales y suboficiales, que todos almuercen en los
humildes mesones de los soldados, que la Casa de Nariño sea la “casa de todos”;
que las amas de casa reciban salario…; Pero no escarmienta, cuando al día
siguiente se estrella con la realidad de toda sociedad dividida en clases.
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